Sismos: semejanzas y diferencias

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Edificio emblemático, ligado a la radio, frente al antiguo Regis que cayó en 1985. Ayer este edificio de Balderas y Juárez quedó severameente dañado. Ahí me encontraba, en el cafecito de la planta baja, a la hora de la sacudida. (JGN).

Más allá de la coincidencia entre sismos, vale reflexionar y tratar de hacer algo al respecto, por yosotros, hasta donde eso fuera posible. Para empezar y fuera del instinto de conservación, ése sí natural, habría que conservar la serenidad; evitar que el miedo colectivo nos aniquile emocionalmente, antes que el piso se nos mueva y el techo se nos desplome.

Otro 19 de septiembre, otra sacudida.
Como hace 32 años, pero diferente. Entonces nuestra generación no conocía tragedias de esa magnitud, y nos tomó desprevenidos del todo.
Por fortuna, aún afectada en su seno, la radio hizo entonces una enorme labor social, de información y servicio, para la que, aunque se crea lo contrario, ya venía preparándose. Y detonó la solidaridad civil.
Ahora, y como se vio desde el comienzo de los sismos de Tonalá, el reciente 7 de septiembre, pese a la diversidad de canales, incluida la internet, la televisión acaparó la atención. Con todo lo bueno y malo que tiene.
La tele impacta pero repite incansablemente determinadas imágenes, desencadenando efectos todavía no medidos pero seguramente negativos.
La enorme diferencia la establecieron, justamente, las redes sociales. Aunque la telefonía celular tuvo fallos, vacíos y silencios lamentables, las redes suplieron la necesidad de enlace, probablemente hasta el abuso, prolongando en horas aciagas los vicios que ha desencadenado.
Si aprendiéramos a hacer un uso más racional de los recursos, y revisáramos de una vez por todas las bondades y perjuicios de la vida moderna, actuando en consecuencia, otro tipo de individuo y sociedad tendríamos.
Pero justamente lo que impulsa la modernidad y el mercado es ese uso irracional. La saturación y dispersión acentúa el indvidualismo, el desentendimiento del otro y el edonismo, e incide en una notoria involución, pese al aparente progreso…
Al recorrer calles de la colonia Obrera y volver a salir del metro Hidalgo a la confluencia de Reforma y Balderas, como hace 32 años, pude palpar, personalmente, dos fenómenos: primero, la presencia de muchos vagos, ebrios o drogados, y la desolación probablemente alentada por los reiterados llamados televisivos a despejar las calles.
La inducción y abierta conducción de que somos sujetos es creciente, alarmante. Como alarmente es la pérdida de los más elementales sentimientos al comprobar cómo opera y crece la delincuencia, aún en mometos de desastre.
Insisto: si los sismos no nos sacuden al interior, ningún provecho nos dejan. Si ya no nos mueven a la solidaridad, estamos perdidos.
Como alguna vez apunté: si quienes alientan todo eso creen que están ajenos al fenómeno, se equivocan. La degradación envuelve, y si alcanza a la sociedad es porque empezó desde peores «epicentros».
Si fuera posible, rescatemos al ser humano.

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